miércoles, 27 de abril de 2011

Todavía no.

Son las tres o las tres y media de la madrugada. O eso creo por el nivel de irritación de mis ojos y el dolor de mis riñones, que no consiguen convencer al respaldo del sillón que ellos han sido diseñados para ofrecer descanso, pero nada, se empeñan en hostigar mi espalda con posturas imposibles que espantan cualquier posibilidad de descanso. Me incorporo y caigo en la cuenta de que no me he despertado por la mala postura. Son las tres cuarenta y dos y estoy en el hospital, junto a la cama de mi madre enferma.

Alguien grita. Es un grito entre apagado y desgarrado, casi gutural, pero no parece de alguien enfermo, sino de alguien completamente desconsolado y lastimado en lo mas profundo de su ser.

Otra muerte... ¿Cuántas van ya? He perdido la cuenta. Dos o tres por semana, y llevamos nueve semanas aquí. Por supuesto que, gracias a Dios, no he sido consciente de todas las que se han producido.

La muerte en el hospital se desliza como una sombra casi invisible y no se hace patente sino en signos muy sutiles y variados. Pero basta con prestar un poco de atención a los detalles e inmediatamente se descubren sus huellas...

...Una cama vacía. ¿Ayer no estaba en ella esa señora que casi no hablaba?. Yo creo que no le han podido dar el alta, estaba muy mal. Y caes en la cuenta. ¿Alta? Baja definitiva más bien.

...Un grito en la noche, un lamento ahogado... y sollozos que se apagan. Silencio. Silencio. ¿En qué habitación ha sido?. Mañana habrá un nuevo ingreso.

...Un cambio inesperado de habitación. Te llevan a una habitación en la que no hay nadie más. ¡Qué comodidad! Toda una habitación para ti y tus familiares... Bueno, bien está morir con algo de comodidad e intimidad.

...Un familia que llora y solloza, y que no ves al día siguiente...

...Un comentario susurrado entre enfermeras y que has alcanzado a escuchar por casualidad. Un comentario que lamenta la falta de mejoría. Es una pena. Y el desenlace se produce en pocas horas.

Es de madrugada. Y mi madre duerme suavemente. Su respiración es profunda y pausada. Y me vuelvo al sillón, maldiciendo el funcionario que aprobó su compra.

Todavía no, me digo. Ella no.

Pero no puedo evitar una sombra de duda. 

"Todavía no..."

Y no sé si es una afirmación esperanzada, una súplica silenciosa, o un miedo inconfesable.



3 comentarios:

Te mando mucho ánimo, Jose. Un besazo.

*Orly*

Que bonito y que bien escribes. Animo y seguro que todo pasa y sale bien

Monica

La talla de tu cuerpo cuenta poco,la de tu cerebro mucho, pero sobre todo cuenta la de tu corazon que es enorme y GENEROSO.
Ánimo Jose. Pili

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